Nací en un mundo sombrío, vulnerable como una gota de rocío, en los brazos protectores de mi madre, mi primer refugio. Su amor sencillo me brindó una calma efímera, y su voz fue mi guía en la oscuridad.
Sin embargo, desde temprana edad, una sombra silenciosa comenzó a crecer en mi interior, como una hiedra que se enrosca y asfixia. Cada muestra de amor materno, cada caricia, lejos de reconfortarme, resaltaba mi propia fragilidad y la sensación de estar atrapado.
Como una bestia destinada a la libertad, me sentía prisionero en un mundo que marchitaba mis alas antes de que pudiera desplegarlas. Fui un pétalo a la deriva, separado de la flor que me dio origen, condenado a vivir a la sombra de otros. Desde mi nacimiento, mi voz y mi propósito han sido silenciados.